Menorca: la isla de las mil calas (y además Fai un sol de Carallo)
Hay islas que se visitan, e islas que se viven. Menorca pertenece a este segundo linaje: un lugar donde el tiempo se mide por el vaivén de las olas en las calas, por la luz dorada sobre los talayots milenarios, por los pasos lentos sobre el Camí de Cavalls. Aquí, el veraneo trasciende lo mundano para convertirse en una ceremonia de descubrimientos: de playas que parecen acuarelas, de bosques que huelen a pino y salitre, de atardeceres que funden el cielo con el turquesa del Mediterráneo.
Hay islas que se visitan, e islas que se viven. Menorca pertenece a este segundo linaje: un lugar donde el tiempo se mide por el vaivén de las olas en las calas, por la luz dorada sobre los talayots milenarios, por los pasos lentos sobre el Camí de Cavalls. Aquí, el veraneo trasciende lo mundano para convertirse en una ceremonia de descubrimientos: de playas que parecen acuarelas, de bosques que huelen a pino y salitre, de atardeceres que funden el cielo con el turquesa del Mediterráneo.